Recuerdos personales de Juana de Arco, escrito por Mark Twain, es una de sus obras menos conocidas, pero también una de las más apasionadas y sorprendentes. Lejos del tono humorístico con el que se suele asociar al autor, aquí Twain adopta la voz de un cronista devoto que recuerda la vida de Juana de Arco, presentándola como una figura luminosa, heroica y profundamente humana.
La narración comienza en Domrémy, el pequeño pueblo francés donde Juana crece en medio de la guerra de los Cien Años. Desde muy joven, la muchacha siente un llamado divino: escucha voces celestiales que le encomiendan una misión aparentemente imposible, liberar a Francia de la ocupación inglesa y llevar al delfín Carlos a ser coronado en Reims. Twain, a través de los ojos de Louis de Conte —personaje ficticio que actúa como narrador y supuesto secretario de Juana—, nos guía por los primeros pasos de la joven pastora hasta convertirse en una líder inspiradora.
El relato muestra cómo, a pesar de su juventud y de la incredulidad de los poderosos, Juana logra ganarse la confianza de soldados y nobles gracias a su fe inquebrantable y a su carisma. La vemos atravesar ciudades, levantar ejércitos desmoralizados y lograr victorias que parecían impensables, mientras mantiene una pureza y humildad que contrastan con la ambición de quienes la rodean. Louis, siempre a su lado, aporta un matiz íntimo y afectuoso, revelando detalles que la convierten en un personaje aún más cercano y admirable.
La obra no se centra únicamente en los grandes hechos militares, sino también en los dilemas espirituales y humanos que Juana enfrenta, creando una atmósfera vibrante, llena de tensión y esperanza. Twain consigue que el lector acompañe a Juana con el corazón en vilo, sintiendo tanto la grandeza de su misión como la fragilidad de su destino.