El amor puede ser un refugio o una condena, un sueño que acaricia o un abismo que devora. Hay pasiones que incendian el alma y ausencias que dejan frío el cuerpo. Amor imposible es la historia de lo que nunca fue, de lo que pudo ser y de lo que, pese a todo, sigue latiendo en la sombra de cada verso.

Gabriel Robert Casasayas escribe con la piel abierta, con la nostalgia de lo inalcanzable y la certeza de que hay amores que, aunque duelan, nunca mueren. Habla del deseo que consume, de la esperanza que se resiste a desaparecer y de la batalla contra uno mismo cuando el corazón se niega a olvidar.

El amor imposible no se apaga, se transforma en ausencia, en susurro, en cicatriz. Se convierte en preguntas sin respuesta, en noches donde la memoria arde y en días donde la razón intenta domesticar al corazón sin éxito. Es un hilo invisible que une lo que fue con lo que nunca será, un eco persistente en el tiempo. Porque hay sentimientos que no necesitan cumplirse para ser verdad, ni cerrarse para dejar de doler.

Gabriel Robert Casasayas llegó al mundo en Barcelona el día en el que Pau Casals se despidió de él. Era también el año en el que la historia se quedó sin las voces de Pablo Picasso y Pablo Neruda.

Poeta y artista, Gabriel es licenciado en Administración y Dirección de Empresas por la URLL, y máster en ADE inmobiliario por la UB. Se define a sí mismo como un «perdedor luchador», una contradicción cargada de honestidad y humanidad.

La poesía ha sido su compañera constante, un refugio y una voz interior que rara vez ha compartido. Su literatura es un grito de ayuda que necesita salir del alma.

A los 27 años, mientras trabajaba en Nueva York y estudiaba arte en la prestigiosa NY Art Students League, un brote psicótico marcó un antes y un después en su vida, alejándolo para siempre de la vorágine en la que todos parecemos atrapados.

Desde entonces, Gabriel sobrevive en un mundo que considera desprovisto de principios, gobernado por la tiranía del poder y el dinero. Es un mundo al que nunca ha pertenecido, que observa con desprecio, aceptando con resignación la imposibilidad de cambiarlo.